#Futbol A los 93 años de edad falleció Amadeo Carrizo, la gran leyenda del arco de River.
(Por La Nación)
Sus manos no se quedaron quietas un instante, como si no se hubieran enterado que hace casi cinco décadas habían dejado de trabajar. Nada de dedos retorcidos, apenas el meñique derecho dibujaba una ligera joroba. Se enfundó un par de guantes, de los últimos que usó en su carrera, y una electricidad se apoderó del comedor de la casona de Villa Devoto. Claro, ya no era el comedor..., era el área grande. "¿Cuál es el objetivo del fútbol? Llegar al arco adversario., donde espera el pobre arquero. Es un poco ingrato el puesto porque sufrís las consecuencias de los goles, porque aparentemente sos el culpable de los goles. A la noche uno se da cuenta en la almohada... '¡Qué tonto!... Tendría que haber reaccionado de otra manera'. Y uno se critica: 'Espero no repetir esto la próxima vez'. Es la manera de mejorar, de seguir aprendiendo". El relato lo hizo todo en presente. Amadeo Carizo seguía atajando. ¿Quién dijo que se había retirado en 1970? Mentira. ¿Qué murió a los 93 años? Otra mentira. Las leyendas son eternas, no tienen edad ni le deben explicaciones al tiempo.
Pintón y revolucionario, ese era el gran Amadeo. Amable, divertido, educado, compinche. Un hombre que alcanzó esa estatura reservada para casi nadie: un mito. Tenía sUperpoderes Amadeo, y todos lo sabían: volaba. Y lo seguirá haciendo desde la inmortalidad. En una tarde de verano de 2018, en aquel living mágico, escuchó que esos cronistas de LA NACION se atrevían a preguntarle cómo le gustaría que lo recordasen en 100 años. "¿En 2118? Que alguien diga: "Me contó mi bisabuelo que una vez hubo un arquero muy bueno, que se llamaba Amadeo Carrizo. Atajaba en River, jugó muchísimos años". Mierda, no creo que lleguen a recordarme dentro de un siglo. Sería grato que por lo menos dentro de mi club, alguien les cuente a los más jóvenes quién fui yo. Ellos hacen que uno vaya perdurando en el recuerdo. Que sepan que fui un arquero a la medida del estilo River". Y soltó una carcajada. Pícaro, andaba por los 91 años entonces y confesaba que hasta poco tiempo atrás había manejado su moto Kymco 500, modelo 2006. Amadeo Carrizo rompió barreras, empujó límites. Creo otra dimensión.
Amadeo reinventó la figura del arquero. Jugador de campo, nunca se sintió encorsetado por las líneas del área. Con bien manejo de los pies, se convertía en un director de orquesta desde el fondo. Nadie hacía lo que para él era una costumbre. Leía las jugadas un instante antes en la cancha, porque en realidad estaba varias décadas por delante de su época. A veces era un poco canchero, pero nunca buscaba ofender. Entendía el show que todavía no había desembarcado en el fútbol. ¿Cuánto valdría hoy Amadeo Carrizo?, escuchó. ". 20 pesos. Algunas veces, por fanfarronear un poco y ser un poco sobrador, me han hecho algún que otro gol pavo. Sí, varios, varios".
Jugó contra Pelé, fue compañero de Di Stéfano y admiraba a Messi por televisión. Y le temía, también, de manera reverencial: "Creo que en un mano a mano con Messi me iría muy mal.", y se quedaba un ratito en silencio, seguramente imaginádose ese momento. "Messi está tres segundos antes que el resto de los jugadores", describía. Lo decía Amadeo, que jugó contra todos. Y que alguna vez recibió de regalo los guantes del célebre ruso Lev Yashin, que cada vez que podía cubría de elogios a ese arquero del fin del mundo que había conocido. Le gustaba el River de Gallardo, al que definía como un "muchacho fenomenal". Siempre River estaba en su vida.
Después de 23 años en el club, River lo dejó libre. Andaba por los 40, por los 42, entonces no eran frecuentes los futbolistas de esa edad. Ese dolor lo acompañó mucho, mucho tiempo. Tanto que nunca se olvidó de la escena en esa oficina de Suipacha 574, la sede de River. Jamás persiguió venganza, y cuando un grupo de socios se acercó para proponerle que su partido homenaje fuese en la Bombonera para enrostrárselo a los dirigentes de River..., los sacó corriendo. Es que le quedaba algo más y todavía hoy, en Colombia, recuerdan a "Tarzán", ese arquerazo que los deslumbró en Millonarios entre 1969 y 1970. Con el tiempo, llegó la reparación histórica, se sucedieron los homenajes riverplatenses y la conducción de Rodolfo D'Onofrio lo elevó al sitio de presidente honorario. Se trató del reencuentro para el hombre de los 10 títulos y los 520 partidos con 'la banda'. Amadeo llevaba ese cargo simbólico en el corazón.
Siempre dijo que no le dolía atajar sin guantes, porque él perteneció a esa etapa donde el arquero, realmente, estaba parado frente a un pelotón de fusilamiento. Al Mundial de Chile 62 eligió no ir porque todavía le dolía el destrato que recibió tras la catástrofe de Suecia 58: al volver, después del 1-6 contra los checoslovacos, durante mucho tiempo, y en muchas canchas, lo silbaron. Con Boca mantuvo una relación especial, muy amigo de símbolos como Marzolini, Rattín, Roma, Rojitas, pero a la vez el hincha xeneize nunca olvidó que lo hizo caer en el ridículo al ídolo, a 'Pepino' Borello, la tarde que le tiró un sombrerito y después lo hizo pasar de largo con un enganche. Amadeo jamás buscó especiales condecoraciones: él intentó, sin surte, que no avanzara una iniciativa en el Congreso para distinguir el 12 de junio como el 'Día del arquero'. El 12 de junio era su cumpleaños.
Amadeo nació en Rufino y a los 15 años ya jugaba en la primera de su pueblo, en un club que se llamaba BAP. Contaba que desde entonces fue aprendiendo que el arquero no debía esperar. "Siempre sentí que debía vivir el partido con intensidad para salir a cortar la jugada adonde fuese con tal de evitar el remate al arco. Por eso no hay que esperar tanto, hay que anular la jugada antes de que se vuelva peligrosa", recomendaba. Amadeo perteneció a una "Quinta" excepcional. Jugó con La Máquina de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Después, de Reyes, Moreno, DI Stéfano, Labruna y Loustau. Después, vinieron Sívori y Zárate. Más tarde llegaría otro gran equipo con Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau. Y siempre él, siempre Amadeo. River y Carrizo están fundidos.
En los últimos años jugaba con la muerte. La desafiaba desde el humor. Como su memoria parecía infalible, repetía sin tomar aire la tercera de River en la que él jugaba: "Carrizo; Cachioni y Robustelli; Stemberg, Pipo Rossi, y Bernasconi; Genari, Curti, Di Stéfano, Coll y Mario Sabbatella. Esa era la tercera., todos muertos. Yo creo que de todos los futbolistas que jugaron en mi época, quedará vivo el 10%". Remataba. Le gustaba satirizar el tema. "Ya me elegí el cajón. Es de color verde, como Quinquela Martín, que se pintó su propio cajón de verde". Y obligaba a sonreír. No lo decía asustado, no. Estaba agradecido. "El problema es el alma. ¡El Alma Naque!", decía. Y se tentaba con su propia ocurrencia, mientras Renata y Francesca, sus bisnietas, corrían por el jardín.
Contaba que el secreto de su longevidad era el vino, a veces cortado con un chorrito de soda. Y recomendaba un campari, si había que salir con una chica. Vaya si ese hombre habrá hecho suspirar a las plateas femeninas, entre atajadas, desfiles con Ante Garmaz y algunas participaciones en películas. Lilia, su compañera por siete décadas, amenazaba con retarlo y él le regalaba un tierno beso en la frente. "Sé que me queda poco, pero quiero seguir en este mundo un poquito más para poder vivir placeres como este, que me hagan una nota. Al leerla, alguien dirá: '¡Qué lindo recordarlo ya canoso y viejito, para ver qué ha sido de su vida.' Para los que hemos representado algo deportivamente, el hecho de que nos sigan recordando es un orgullo". Gracias a usted, Amadeo, la eternidad es suya.